Entre los pocos libros que se salvaron después de que esos campesinos degenerados asaltaran el castillo de mi tío abuelo, están sus diarios de viaje. Habla de excavaciones arqueológicas en Siam, Arabia, donde encontraron tesoros de un valor extraordinario. Y, lo más interesante, sugiere que hay otros por encontrar, en las Américas, donde civilizaciones se consumieron entre la selva. Por supuesto, todo tiene sentido: a esos conquistadores la fe les animaba hasta cierto punto: El Dorado se encargó del resto. Y aún hay más; escribe: "Encuentra el templo de la luna de piedra y el mundo jamás volverá a pasar hambre, ni tampoco tú."
Lo tengo decidido. A paseo los acreedores, dejaré mi trabajo inconcluso, me iré a las Américas, y regresaré con el alma más rica y los bolsillos a rebosar.