Voy a recibir una visita del distinguido Profesor A. Ha venido a evaluar mi salud mental tras mi larga ausencia del club. Pero no soy estúpido: viene de parte de ellos, a espiarme. Cuando acechaban a El Destripador, muchas veces lo llamaban para pontificar sobre laceraciones o sobre órganos ausentes. Y ahora viene a mí, para rendirme pleitesía y halagarme, con frases como "mi querido amigo", "todavía debes de estar en duelo" o "vamos a echar un vistazo a tus motores, el triunfo de una era". No sabe nada sobre pérdidas, nada sobre el sacrificio.
Pero ¿Cómo voy a negarme? Eso no haría sino remover más las cosas, invitar a una manada de intrusos y ladrones. Tengo que entretener a este bufón y someterme a su intromisión. A lo mejor debería enseñarle la tripería, a ver si su estómago, tan entrenado rebuscando entre las vísceras de prostitutas diseccionadas con escasa pericia, es lo bastante fuerte como para mirar los auténticos motores de su edad de oro. Quizás hasta le presenté a Jack, o a sus hijos. Ahora tenemos cerraduras más fuertes en las ventanas, y les llevamos sus juguetes.