Enrollado en mi litera, enfermo y empapado de sudor. Limpian mi cuarto, pero solo puedo oír la voz que proviene de la piedra más gentil. Canta para mí y sueño con una gran máquina.
Construiremos un nuevo mundo con las ruinas del viejo. Plantaremos flores en el costillar podrido y las dejaremos crecer para impedir que el cielo caiga. Recuerdo cómo me susurraba cuando rodábamos enfermos y jadeantes. Y recuerdo cuando llegamos a Southampton y los dos lloramos, pues era una profanación tal y como me había cantado.
Y después vinimos a Londres y la coloqué en la repisa de la chimenea, entré en la casa, junté a los sirvientes e inicié el proceso para rediseñarlos, y después fui al jardín y enterré aquellos pequeños cráneos hechos añicos, bajo los montículos de los rododendros.