Sí, dijo él, conozco estas ruinas.
Era un tipo desaliñado, podrido por una terrible enfermedad. Vi que me miraba de un modo raro, como si quisiera saber cómo sabía de su existencia. Reprimiendo la tentación de arrancarse las orejas por tal insolencia, le sonreí y me limité a decir que en la biblioteca de mi familia había libros de viaje muy curiosos. Por supuesto, el zoquete ignorante no lo entendió, pero, de todos modos, accedió a llevarnos.
Les he dicho a los niños que esta aventura será extraordinaria. Si estas viejas piedras prometen los beneficios económicos que yo espero, será solo la primera de muchas por venir.